Ella

Aquel día corría, corría y corría. Mis ojos estaban apunto de estallar y tenía que correr,cuanto más lejos, mejor. No podía dejar que me vieran llorar. No aguanté demasiado y mis lágrimas espezaron a cubrir rápidamente mis ojos tapándome la visión. Sin embargo, yo seguía corriendo hacia ningún sitio,o al menos, eso creía.
Entonces, tropecé y me caí. Mi rostro se llenó de hierba al pegarse en mi húmeda cara. Me restregué los ojos y vi dónde había llegado. Aquella explanada, aquella colina verde llena de primavera, se me hacía conocida. La inercia me condujo al lugar de siempre; pero,en esta ocasión estaba sólo, sin ella...
Miriam Salcedo.
Todo comenzó en un día como aquel. La primavera se asomaba por la ventana y el sol de media tarde calentaba mi cuerpo tumbado sobre la cama. Un vil pajarillo interrumpió mi siesta y me llevó hacia la ventana...
Lucarrrrrsss.
En un principio, el sol me cegaba, pero pronto se acostumbró mi vista a la claridad del día. Tía Lucía estaba en la carretera, hablando con el conductor de un novísimo dos Caballos amarillo. Pensé que algún día yo tendría un coche como ese, y que así las chicas del pueblo se pelearían para que les llevara...
En ese momento, salió del coche una chica joven, morena, de uno o dos años menos que yo. Se dirigió al maletero y comenzó a sacar su equipaje. Yo espiaba desde la esquina de mi ventana, pero tía Lucía me vio. -Miguel, hombre ¿qué haces ahí pasmado? Baja a ayudar a la prima Laura, que nosotros no vamos a poder con todo.
Laura, la Prima Laura... Era la primera vez que la veía desde que éramos niños y nos bañábamos en el río...
María.
Salí corriendo para echarles una mano (bueno, realmente corrí por las ganas que tenía de verla). Salí por la puerta y fui hacia ellas tranquilamente, no quería que ella pesase que estaba nervioso. Me acerqué y tía Lucía me preguntó:
-¿Te acuerdas de ella?
-Pues no -disimulando-, has cambiado mucho.
Y le sonreí. Ella me devolvió la sonrisa. Una sonrisa que se me clavó en el corazón y que jamás olvidaré.
-¡Qué hermosa era!, pensé en mis adentros.
Derepente oí una voz.
-Cierra esa boca, te has quedado atontado.
Volví a la realidad y me fije en un pequeño mocoso que salí del coche. Miré a tía Lucía.
- El hermano pequeño de Laura. No le conoces porque cuando nacío, sus padres dejaron de venir de vacaciones.
Entonces, le miré y le sonreí falsamente.
Por la noche, cenamos todos en el porche. El pequeño Jaime estaba jugando con cubos de agua. Cuando me acerqué a la mesa trató de tirarme uno de ellos. Yo me alejé, pero su maliciosa sonrisa desvelaba que sus intenciones continuaban. Jaime era el...
Juan.
La verdad es que lo tiene fácil porque prácticamente vive en él ya que su casa, desde hace cinco años, es una rulote del Circo Universal. En el baño derrocha una hora de su vida cada día. Primero se desnuda, se ducha y por fin acude gustoso al espejo. Está todavía dormido, le ha parecido ver su cara repetida nueve veces en el espejo. El agua fría despeja toda alucinación de su mente.
La gira por